La lucha de clases que antes leíamos como lecciones obligatorias en los colegios y las universidades, de la que se quejaban los sacerdotes y los pastores evangélicos en los pulpitos, y a la que aludían los miembros de la derecha y de la izquierda, unos para negar otros para reconocer el mundo de “los contrarios”, se hizo presencia en nuestras luchas, traducida en una clase que manda y pretende seguir mandando, y la otra que obedece y pretende no seguir obedeciendo. Esa lección de ciencias políticas ininteligible, se apoderó de las calles de Tegucigalpa y de Toda Honduras.
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